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Clásico

Hijos de un dios menor

Hijos de un dios menor
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.

Esta semana todo en nuestro país parece un juego de niños. El más ejemplar es el de dos menores, Lamine y Nico. Aunque uno de ellos es ya mayor de edad, siguen siendo dos niños, pero muy grandes en todos los sentidos. Son, a diferencia de otros, menores acompañados. Y muy bien acompañados. Primero por una selección que es un equipo sin divos ni prima donas. También por un entrenador humilde y profesional, un jarrero que ha tapado muchas bocas y que ha demostrado que se pueden hacer muy bien las cosas en ese cargo al que todos los españoles aspiran, sin un Twich para su mayor gloria y sin liarse a trompazos con los periodistas para dividir y no vencer.

Y, sobre todo, acompañados por todos los españoles, que han derribado a balonazos ese muro de Sánchez para unirse en torno a una selección que demuestra que, cuando queremos, podemos dejar atrás nuestras diferencias y alcanzar grandes pactos de estado de euforia. Cuando se trata de la selección, los aficionados al fútbol no se sacan los colores. Atrás quedan las camisetas del Madrid, del Barça, del Atleti o del Valladolid. Sólo se apoya a España. Qué bien nos iría si los aficionados y los profesionales de la política fuesen capaces de hacer lo mismo y nos permitieran soñar con ser los mejores de Europa, en vez de contentarnos con no ser los últimos.

Nico y Lamine, Lamine y Nico nos demuestran, como en la oscarizada película de Marlee Matlin sobre aquella sordomuda, que con apoyo se puede triunfar pese a las dificultades. Y que el éxito, tanto propio como de todo el país, se puede alcanzar cuando se ponen los medios, la voluntad y el trabajo para unir y acompañar en vez de para dividir y abandonar a cada uno a su mala suerte.

Mucho hablan los políticos también esta semana de otros menores, a los que nadie acompaña, de los que nadie cuida, a los que nadie apoya y con los que, a este paso, no podremos contar para hacer más grande a España. Y no porque ellos no puedan, sino porque, por lo visto, algunos no quieren. Cuando se trata de estos menores, se acabó la unidad y el proyecto común. Y sólo queda el drama y el odio.

Este esquema de sobreactuación y rabia a partes iguales es curiosamente, en dos versiones distintas pero muy parecidas, el guion que interpretan la extrema izquierda, que ya es toda, y sus cómplices antagonistas de Vox. Desde el Sanchismo hasta el último rincón de lo que queda de Sumar, se apela primero a la tragedia. Los menores que llegan solos en pateras son los más débiles y vulnerables, cómo si esto no fuera evidente. Y luego se acude al odio, para afirmar que todo aquel que no se contente con ir parcheando la corroída presa con la que tratan en vano de contener el tsunami y que exija soluciones estructurales, es un fascista insolidario.

No hay más que escuchar a la portavoz socialista, Esther Peña, acusando al PP de haber "perdido la humanidad", porque son niños que llegan "tras travesías durísimas", que "huyen del hambre, las guerras y la desesperanza". Y luego ver cómo Marlaska se los lleva de vuelta a Marruecos por la puerta de atrás para "defender el interés superior del menor". O cómo el alcalde socialista de Fuenlabrada se niega a la construcción de un centro de acogida en su municipio.

Nada dicen de sus socios de Junts, con los que han firmado un acuerdo para cederles las políticas de inmigración, y que declaran orgullosos que Cataluña no debe acoger inmigrantes, salvo a los padres de Lamine supongo, porque a sus costas no llegan pateras. Ni tampoco del País Vasco, donde el PSOE gobierna en coalición, y donde no se acogen menores no acompañados, aunque se escandalizan de que Nico quiera buscar fuera de allí un futuro económico todavía más brillante.

O esa ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones que dice que "doce Comunidades Autónomas no acogieron a ningún menor no acompañado a pesar de recibir fondos del Estado para ello y ser su competencia. Hoy es un día clave para recuperar la solidaridad. Son menores desprotegidos y nuestra respuesta debe ser unánime sin matices". De nuevo la tragedia, el odio y, además, la mentira. Y, qué casualidad, doce comunidades, justo las que gobierna el PP, donde sí se han acogido. Pero ni una palabra de Navarra, de cuyo gobierno fue portavoz, que se niega a recibir menores. O de Asturias que también quiere escaquearse del reparto.

El discurso de Vox, como decía, responde al mismo esquema, pero con otros protagonistas. En este caso las víctimas y los vulnerables son los españoles. Y los culpables son sorprendentemente los mismos a los que señalan desde el PSOE. Estas son algunas perlas dedicadas al PP: "Pretendéis llenar España de menas destruyendo la seguridad de los españoles". "Vosotros echasteis abajo las fronteras, hipócritas". "Habéis condenado el futuro de nuestra patria a la irrelevancia y al riesgo de desaparición. Los rojos al menos dicen orgullosos que esto es lo que buscan".

Lo resume muy bien Abascal: "La inmigración ilegal masiva trae delincuencia masiva, inseguridad, expande el fundamentalismo islámico y pone en riesgo nuestras vidas. La inmigración ilegal masiva pone en riesgo a las mujeres, destroza los servicios públicos. Arroja los salarios por los suelos. Destruye nuestra identidad y destruye nuestro ser histórico. Es la inmigración ilegal masiva que promueven los socialistas y la derechita cobarde y estafadora".

Desde ninguno de los dos extremos se proponen soluciones. Quienes las sugieren o tratan de conseguir un pacto de estado para encontrarlas son tachados de fachas por unos, y de cobardes y traidores por esos otros que renunciarán a gobernar en cinco regiones por un quítame allá esos menas. Que tanta paz lleven como paz dejarán.

Pese a todo el ruido y la furia, la mayoría de los españoles reclaman respuestas para ayudar y encauzar a todos esos niños con los que algunos pretenden seguir jugando desde sus trincheras. Porque necesitamos su talento, sus capacidades y su afán por conseguir una vida mejor, que también hará mejor la nuestra. En el fondo, al menos esta semana, nos sentimos todos hijos de un dios menor. Un dios llamado Lamine, o Nico. E hijos de todos los que, al acompañarlos, nos demuestran que ese es el camino.

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