Haciendo equilibrios
Nos había dejado huérfanos porque ha tenido un hijo. Llevaba un tiempo ausente, sin obsequiarnos con esas píldoras de sabiduría en formato meme que le han convertido en leyenda. Entiendo que muchos estuviesen afligidos y desesperados por su ausencia. Pero ha vuelto. El cicerón republicano que en 2015 anunció que sólo estaría 18 meses en su escaño, para luego volver "a la República catalana", y que lleva nueve años viviendo a razón de 113.400 euros anuales a costa del Reino de España, se ha subido de nuevo a la tribuna del Congreso del estado opresor.
Rufián, el verbo, se hizo carne y habitó entre nosotros de nuevo el miércoles pasado. Y nos reveló la verdad. Llevábamos 85 años pensando que en España hubo una guerra civil, sobre la que se han escrito miles de libros y se han rodado cientos de películas. Pero todos, desde Hugh Tomas a Paul Preston, pasando por Ricardo de la Cierva, Santos Juliá, Hemingway, Berlanga o Fernando Fernán Gómez, estaban equivocados. Ni las bicicletas eran para el verano, ni en España hubo una guerra.
Como nos ha explicado Rufián, "aquello no fue una guerra, fue un golpe de Estado fascista, aquello fueron fascistas asesinando a espuertas a civiles". Enfrente no hubo nada. Y nada se sabe, en la Historia de España según Rufián, de los asesinatos, por ejemplo, de más de 26.000 personas a manos de los anarcosindicalistas de la CNT y la FAI a los que entre julio de 1936 y mayo de 1937 el presidente de la Generalitat Lluis Companys, también de ERC, encomendó el control del orden público en Cataluña. No hubo guerra, no hubo checas, no hubo nada. Sólo fascistas.
Esta es la memoria democrática y a esto, a deconstruir nuestro pasado lejano, es a lo que quieren que nos dediquemos ahora Rufián y el hombre al que él y sus conmilitones han hecho presidente de nuestro país, un apasionado de la política forense y la exhumación de cadáveres para desenterrar votos. Disfrazado de Gil Grissom, pero en mucho más guapo, Sánchez regresó de su lisonjera gira por las satrapías de oriente para irse a manosear huesos de asesinados por uno y otro bando en esa guerra civil que no existió, como si estuviese soplando la flauta en un fémur, a ver si atina con la melodía de Hamelin para conseguir que le sigamos hacia el abismo.
Y es que, como él mismo explicó la semana pasada sobre el referéndum que le exige Aragonés, "estamos en campaña electoral". Y esas tabas del valle democráticamente rebautizado parecen ya las últimas teclas que le quedan a Sánchez por tocar. Esas y lo de la Golden Visa, cuya eliminación, según nos cuenta el diario oficial, será la solución, no sólo al problema de la especulación inmobiliaria, sino también al de la desigualdad entre pobres y ricos. Una pena no haber hecho caso a Podemos hace cinco años.
El problema para Sánchez es que tanto en las elecciones vascas como en las catalanas va a tener que demostrar no sólo sus dotes de flautista, sino las de consumado equilibrista. El otro día, el candidato de Bildu, al que ahora según tendencia parlamentaria podríamos denominar el testaferro de Otegui, dio un mitin en Andoain, en un colegio a muy pocos metros del lugar donde, hace 24 años, fue asesinado José Luis López de Lacalle. Como José Luis perteneció al Partido Comunista, fundó Comisiones Obreras y militó luego en el Partido Socialista de Euskadi, cabría pensar, razonando en modo Rufián, que fue asesinado por los fascistas. Pero resulta que fue el etarra Ignacio Guridi Lasa el valiente gudari que le descerrajó un tiro en la nuca.
A la salida del mitin, comentaba un vecino del pueblo que "lo de ETA es cosa del pasado, al que le tocó, tuvo mala suerte". Así se cuenta la historia. López de Lacalle no es uno de esos muertos que tanto interesan a Sánchez. Ahora, el candidato socialista se esmera en recordar que Bildu no ha renegado del terrorismo, pero eso es justo lo contrario de lo que Sánchez, el de "con Bildu no voy a pactar", nos lleva contando desde hace unos años. Y ese relato de nuestro presidente ha contribuido, en gran medida, a que los vecinos de Andoain piensen así y voten a los que van a votar.
Ese es el equilibrismo del Partido Socialista, entre un Franco del presente y una ETA del pasado. El que intentaba practicar Óscar Puente, tranquilo que no le voy a llamar feo, cuando trataba de explicar que no iban a hacer presidente al candidato de Bildu, pese a que sí le entregaron la alcaldía de Pamplona porque es un partido "que tiene derecho a la vida política como el que más" y que "cumple con todas las reglas". Pero ahora dicen que no les permitirán gobernar Euskadi si, como dice el CIS, ganan las elecciones. Veremos en qué acaba este difícil equilibrio.
De lo que no cabe duda es de hacia dónde nos está conduciendo. El cuento de la reconciliación, el diálogo y la concordia, merced a los indultos, las reformas del código penal y la amnistía, deja entrever un final tenebroso. Nos lo anticipa el resultado del Bloque Nacionalista Gallego en febrero, ese 75% de votos a partidos independentistas que se prevé en el País Vasco y la restitución que reclama Puigdemont al frente de la Generalitat, bajo amenaza de abandonar la política, con imprevisibles consecuencias para la continuidad de Sánchez en La Moncloa.
Un partido socialista que fue hegemónico en gran parte de España, que gobernó Cataluña y el País Vasco, se ufana ahora de aspirar a ser tercero, como explicaba Patxi López el domingo pasado en Santurce, deprisa y corriendo porque le oprime el corsé: "Dicen que estas elecciones son cosa de dos. Pero no hay dos sin tres, sobre todo cuando el tercero es el que decide, el que orienta las políticas del país. El tercero es el que tiene un proyecto de Euskadi, el que da alas a los anhelos y a los sueños de los vascos". Unos vascos que aprecian tanto esos sueños y esos anhelos, ese proyecto de Euskadi, que sólo uno de cada diez va a votarles. "¿Quién compra? Sardinas frescué".
"Y si somos los terceros bueno y qué", dice Patxi, parafraseando a Los Inhumanos. Mientras no se caigan de la cuerda y puedan seguir haciendo equilibrios para mantenerse en el Gobierno, todo les parecerá bien, sobre todo a Sánchez. Pero como decía Julio Cortázar "el equilibrio depende de tan poco y lo pagamos a un precio tan alto...". Y los que pagaremos este ejercicio de funambulismo condenado al desastre, no lo duden, seremos todos los españoles.