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La primera mujer que usó pantalón en Paredes de Nava: "Me vieron los curas y se persignaron"
Rosario vive en Valladolid desde 1972 y fue la primera en usar pantalón en un pueblo de Palencia
En 1956 dos curas que paseaban por la calle Las Monjas, en Paredes de Nava (Palencia), jamás borrarían de su cabeza la imagen que sus retinas pudieron captar: una mujer, muy tranquilamente, que vestía pantalones.
Algunas mujeres de la alta sociedad ya habían comenzado a utilizar esta prenda, hasta entonces reservada exclusivamente a hombres, durante la década de los 30. Pero todavía tendrían que pasar unos años más para que fuera común ver mujeres con pantalones.
La II Guerra Mundial permitió que las mujeres se emplearan en las fábricas, ocupando el lugar que los hombres habían dejado al marcharse al frente para combatir. Entonces, por comodidad, decidieron utilizar esta prenda. Coco Chanel sería la encargada de popularizarlos para la moda femenina.
No solo ocurrió en las grandes ciudades con grandes artistas internacionales como Katharine Hepburn o Marlene Dietrich. Hubo mujeres que pasaron desapercibidas y, sin ser famosas, también marcaron tendencia en algunos pueblos de la Castilla profunda que permanecían inmaduros en temas de moda.
Rosario Iglesias Martín, la menor de siete hermanos, nació en la época en la que los Reyes Magos traían garbanzos y carbón de encina, y no del dulce, aunque en algunas ocasiones también dejaban calcetines, lazos o alpargatas. Por eso, los cumpleaños se celebraban con los amigos y de forma casera: "Mi madre preparaba una cazuela de tomate dulce, nos daban pan y lo untábamos". Eran los años de posguerra y, aunque afirma que no pasó hambre, sí que tenían "carencias".
Rosario Iglesias Martín (izquierda)
Vivió en una época en la que ver a los niños trabajar no era nada extraño. Ella comenzó a los siete años. Llevaba la comida a sus dos hermanos que estaban construyendo un depósito para subir el agua desde el Canal de Castilla hasta Paredes. Rosario se veía obligada a abandonar el colegio a las once de la mañana para llevar a cabo la tarea.
"También ordeñaba ovejas, vacas, sacaba remolacha, vendía tomates, lechuga y otras verduras en la plaza". Con diez años ya dejó de ir al colegio. "Me tocaba ir con el burro a dos kilómetros a por la leche para llevarlo a la quesería", comenta.
Rosario (con vestido de cuadros) bebiendo de una bota de vino
Su trabajo en el campo y tener que ir día sí día también en bicicleta o burro fueron decisivos para comenzar a utilizar pantalones. Tenía 17 años cuando se convirtió en 1956 en la primera mujer que se atrevió a vestir pantalón en Paredes de Nava. Los comenzó a utilizar por comodidad: "Me dolía el alma ir en la bicicleta con la falda".
Rosario le pidió a su hermana Pilar que cuando se acercara a Palencia le trajera un par de pantalones. "¿Cómo vas a gastar pantalones?", preguntó su hermana asombrada. Ella insistió para que midiera su talla y le trajera uno. "Creo que eran negros, de estos de lona". Lamenta no tener fotos de los momentos en los que vestía pantalón, ya que reservaban inmortalizarse en imágenes cuando estaban arregladas o en el baile de los domingos.
Rosario y su marido en el baile de los domingos
"Muy criticada"
"Los primeros que me vieron fueron los curas", recuerda entre risas. Ambos miraron hacia atrás, tratando de cerciorarse y terminaron persignándose ante lo que acababan de ver. "Se quedaron asustados, porque nunca habían visto a ninguna mujer con pantalones", dice.
Los labradores que trabajaban la tierra siempre se quedaban observando las piernas de las mujeres cuando pasaban en bicicleta. "Ahora os vais a tocar las pelotas, que a mí las piernas no me las vais a ver. Bueno, sí, las vais a ver, pero con pantalones", declara que fue lo que pensó en aquel momento.
"Fui muy criticada", declara. Rosario comenta que tuvo que escuchar los más variados comentarios, como por ejemplo: "Se ha puesto pantalones. ¡Lo que la faltaba!". Destaca que sobre todo eran las "beatas, de esas falsas" las que más criticaron. "¿Y ahora ellas, qué? ¿Qué llevan? Gastan pantalones en invierno y en verano. Que se meten hasta en la cama con ellos", señala.
Desde 1972 vive en Valladolid y los pantalones solo los utiliza en invierno. "Yo en verano no me los pongo, porque es mejor que dé el aire a las piernas", asegura.
Rosario y su marido en su boda con el vestido y abrigo confeccionados por su hermana Pilar
Expone que su vida fue "esa" (trabajar en el campo) hasta que se casó, "y descansé". Aunque reconoce que incluso después de casada y de tener a su primera hija, cuando visitaba el pueblo tenía que ordeñar las vacas, "así descansaba mi padre". Rosario cuenta entre risas que ahora su actividad es "cuidar los gatos de mi hijo".
Destacó siempre por su fuerte carácter. "Una se me acercó un día y me dijo que mi suegra no me quería. Le dije que yo a ella tampoco, que así estábamos igual", reconoce entre risas.
Rosario fumando un puro en una boda
Autodidacta en 1930
Rosario no fue la primera mujer de la familia en realizar una hazaña que pueda parecer simple, pero que implique romper ciertos esquemas. Su madre, Juana, nacida en 1905, aprendió a escribir ella sola, jamás fue a la escuela, y confeccionó una pequeña libreta con las fechas de nacimiento de sus hijos y, lamentablemente, también defunciones.
Juana y su marido con 61 y 66 años, respectivamente
"Tuvo hasta once hijos", recuerda Pilar, hermana de Rosario, pero únicamente sobrevivieron siete: Francisco, Pedro, José, Paula, Ezequiel, Pilar y Rosario, de los cuales en la actualidad viven los tres últimos. "Tenía muchas faltas de ortografía, pero qué letra más bonita, de escritora", comenta mientras observa el diario entre sus manos.
Diario de Juana
Una modista en la familia
Pilar siempre tuvo una sensibilidad especial, y, tal vez, por este motivo, Juana, su madre, decidió llevarla a un colegio de monjas, en lugar de acudir a La Villa, la escuela pública. La enseñaron a bordar, coser y, de hecho, confeccionaba los velos a la virgen. Alberga tan buenos recuerdos que todavía rememora los nombres de algunas de las monjas: sor Patro, sor Julia o sor Ángeles.
Dada la escasez de la posguerra, tampoco había dinero para juguetes, así que Pilar cosía sus propias muñecas "con los trapos que dejaba mi madre", y en una caja de zapatillas colocaba el colchón, la almohada y la sábana. Después, ataba una cuerda a la caja y "paseaba a las niñas".
A los nueve años viajó a San Sebastián con unas primas carnales. "Ellas eran modistas", y fue, tras su época dorada en la escuela de monjas, su segundo contacto con la moda. Sin embargo, tuvo que abandonar el norte, ya que Juana cayó enferma muy joven y ella quería "que su niña volviese". Antes del regreso, en San Sebastián, le regalaron su primera muñeca, "y no se la dejaba tocar a nadie".
Pilar con un vestido cosido por ella
Años más tarde, volvería a San Sebastián y cumplió los 16 años allí. "Vi que cosían para capitanes, coroneles... Gente pudiente", comenta. En el norte comenzó su mundo en la costura, pero no duraría demasiado. Pilar recuerda que allí estaba "muy sujeta, no había ni salidas ni juergas ni nada", y regresó a Paredes. Todavía hoy no sabe si "hice bien o mal".
En Palencia aprendió durante dos meses corte y confección. "Decían que era la señorita, y no, a mí me gustaba coser y ya". Desde entonces y hasta hace unos años ha cosido incontables trajes, vestidos, faldas, pantalones y todas las prendas inimaginables. "Si me hubieran dado una peseta o un real por cada vez que he cosido sería millonaria", declara.
Recordada por sus famosas tortillas
Pese a coser durante toda su vida, nunca se planteó abrir un estudio. Cuando murió Juana, la progenitora de los siete hermanos, Pilar comenzó a trabajar en una fábrica de quesos y al año siguiente, en 1972, se marchó a Santander por una oferta en la Real Sociedad de Tenis de La Magdalena.
"Empecé a trabajar en el tenis de niños", y como necesitaban a alguien más, propuso a su hermana Paula, la mayor de las mujeres. Pilar trabajaba únicamente la temporada estival en Santander y luego volvía a Paredes para cuidar de su padre, hasta que este falleció y la hicieron fija. Paula lo fue desde el principio. "Éramos muy felices allí", recuerda con nostalgia.
Hasta su jubilación, Paula cultivó la fama de sus tortillas y muchas generaciones las degustaron mientras pasaban sus veranos en el club de tenis. Como anécdota, asegura que atendieron a José Campos García, exmarido de la nieta de Franco. Lo recuerda como un chico "alto, guapísimo y muy majo". Comenta que "las tortillas de Paula les traía locos a los chavales".
Pilar (izquierda) y Paula (derecha) en Santander
También conocieron a las hijas de Félix Rodríguez de la Fuente. A una de ellas se le rompió una chaqueta y como vio que Pilar solía coser le pidió si, por favor, se la arreglaba. "Me repetía: 'Ay, Pilar, por favor, que mi madre me mata'". Las hijas de Isabel Tocino, exministra de Medio Ambiente, también fueron de las que disfrutaron las tortillas de Paula. Recuerda a Tocino como "muy maja" ya que le apuntó las comidas en numerosas ocasiones.
Todavía hoy las tortillas de Paula son famosas, pese a que se jubiló hace más de veinte años y falleció en 2017. La nieta de Paula, Andrea López recuerda con cariño que su abuela todavía guardaba el tenedor con el que batía los huevos. "Me enorgullece saber que ha hecho feliz a muchos niños", comentaba Andrea en una publicación que hizo la Real Sociedad de Tenis de La Magdalena en Facebook.
Paula y su famosa tortilla
Una mujer comentó en esa misma publicación que un amigo le había preguntado dónde realizaban las mejores tortillas en Santander. "Yo le dije algún sitio", reza el comentario, pero tras pensarlo mejor, añadió que como las tortillas de Paula "no había ningún lugar".
En definitiva, cuatro mujeres que marcaron un pequeño hito en letras, moda o paladar. Mujeres con iniciativa que, pese a la infancia tan dura que pasaron, supieron salir adelante y formar su vida, ya fuera en Valladolid, como en el caso de Rosario; en Santander, donde vivió y falleció Paula; o a caballo entre estos dos puntos y Paredes, donde se quedó a vivir Pilar tras su jubilación.
De izquierda a derecha: Pilar, Paula y Rosario
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