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Clásico

Reflexiones de café

Por Javier Calles-Hourclé

Entrevista a Leo Harlem. El oficio de la risa


Alguna vez, un amigo me dijo que uno está verdaderamente integrado en una comunidad de un país extranjero cuando es capaz de comprender su humor o los códigos que lo rigen. Pese a que argentinos y españoles compartimos una cultura, lazos familiares, gustos y hasta una filosofía de vida más o menos común, el humor necesita de claves y referencias histórico culturales sin las cuales uno se queda fuera del chiste. Es allí donde Leo Harlem entra en escena.

Durante un descanso de media mañana —momento o acción que en España se conoce como "el café"—, descubrí a mis compañeros de la universidad descostillándose de risa con un video de un tipo simpático y con gafas, que no tardaron en ofrecerme con un "tienes que ver esto, pibe". Desde ese momento, Leo fue una escuela de humor, de costumbres locales de pueblos castellanoleoneses; y referencia de tascas de buen comer, de fiestas de pueblos y sus simpáticas burradas, de barra de bar y de barra de pan, y de guisos de largo aliento regados con clarete. Todas ellas portadas en su humor sano, hecho de sencillez y de las raíces de abuelos españoles, que también navegan por los ríos de mis venas.

Leonés y vallisoletano, hincha del rugby, del fútbol, del Pucela y de la Argentina —temas que discutimos—, jinete aficionado a los magros corceles de pedales —como su paisano Delibes— y devoto de la buena mesa; fueron el resto de credenciales que hicieron de Leo “el del Harlem” mi humorista de cabecera al poco tiempo de haber llegado a España.

Leonardo González Feliz —como si un presagio hubiera designado su profesión— nació en el pequeño pueblo minero del Bierzo, Matarrosa del Sil, que abandonó de niño para ir a dar a la ciudad por la que pasa el Pisuerga. Allí metió las manos en la masa trabajando en una panadería, frecuentó las aulas de la universidad para estudiar Arquitectura y Derecho, y capitaneó la noche pucelana desde la barra del Harlem, en los años de buena música, pocas pesetas en el bolsillo y gente en la calle a todas horas. La insistencia de un amigo le hizo plantarse frente a un público que desbordó la capacidad de la sala Salamandra —"la noche anterior estuvo Amaral y no se llenó tanto"—, para hacerlos reír a mandíbula batiente. Y fue entre botellines de cerveza, chupitos volátiles y horas no muy católicas, que grabó sobre la fecha de entrega —como, inexplicablemente, suelen salir bien las cosas— la cinta de video para el 'Club de la comedia' que le cambiaría la vida; llevándolo a Madrid y de allí al cielo de los humoristas de este tiempo.

Desde entonces, se mantiene en el centro de la escena de la comedia española, riéndose sí mismo o de las modernidades de nuestra época que nos aquejan. Un particular acto de resistencia contra aquello que no le termina de encajar; como la deshumanización provocada por la tecnología que nos va arrinconando. "Es muy triste porque estamos perdiendo el contacto humano. Porque el abuelo muchas veces va al médico, no porque esté mal, sino porque está solo. Hay gente que está muy sola, y así está todavía más sola. Nos pasa con todo. Nos echamos la gasolina, nos sacamos los billetes de tren pagando nosotros la gestión, seleccionamos el menú en el móvil y tiramos la basura en el McDonalds. ¿Qué más quieren que hagamos?".

Aunque en su espíritu anida un jubilado de vocación, no ha parado de hacer presentaciones en teatros, radio, eventos corporativos y cine. Pero su faceta artística no termina en la comedia. Su afición por el dibujo y la pintura lo ha motivado a crear el Proyecto MIRAR. Un proyecto creativo para gente con discapacidades en varias ciudades de España, la Argentina e Israel, que cuenta con el apoyo de la Fundación Personas y el patrocinio de la Fundación La Caixa. En este quinto año, se inspirará en 'el movimiento' como tema central, implicando al Museo de la Ciencia de Valladolid, y planean un concurso de fotografía en el Parque de las Norias, para dar a conocer su potencial.

Leo pertenece a ese grupo de personas que te alegran el día. Un tipo sencillo y feliz con su oficio de hacer reír. Esa reacción biológica, espontánea e irrefrenable que se parece a ser felices, al menos por un rato.