En este espacio, hablando del Sonorama y otros festivales, habíamos dado la voz de alarma sobre la deriva de la masificación en ellos, de cómo todo se convertía en mercado y la música pasaba a un segundo o tercer plano, empezando por los asistentes. Afortunadamente, no todo está perdido y la última edición del festival ribereño es un buen ejemplo.
¿Qué cosas han mejorado para que mi opinión de un año a otro cambie? ¿Por qué he pasado de "no vuelvo al Sonorama" a "el Sonorama se ha salvado a sí mismo"? Básicamente, se han mejorado los puntos más negros de la última edición. El primer dato objetivo sobre ellos lo ofrece la propia organización, situando en 145.000 los asistentes, 5.000 menos que en la edición anterior, habiéndose puesto a la venta un 10% menos de abonos. Esta reducción ha tenido un impacto positivo y era la primera demanda que hacíamos. Se ha cumplido y los resultados son positivos, como cabía esperar.
El segundo punto que ha mejorado considerablemente es el camping. Partiendo de la misma base, una reducción de festivaleros acampando allí ha hecho que hubiera más espacio, menos aglomeración y una mejor distribución. Tampoco podemos decir que se hayan hecho maravillas, ya que las duchas han continuado con su déficit de operatividad, pero al menos se ha acampado solo donde siempre se pudo acampar y sin problema. No me parece que con esto baste, pero es un paso.
El tercer punto donde ha habido una mejora considerable, y aquí no solo ha tenido que ver la reducción del aforo, es en el recinto. Allí, los nuevos baños y su organización han permitido que, al menos yo como hombre, no haya tenido que esperar nunca y que haya salido muy rápido de ellos. Esto es un avance importantísimo. Además, una mejor distribución de las barras y un número de camareros más que de sobra también han hecho que pedir fuera cómodo, no una odisea. En definitiva, podías ir al baño y a pedir y el concierto seguía siendo el mismo.
Ya que hablamos de conciertos, pasemos a la música, toda vez que comentar algo sobre la situación del pueblo me parece inane, puesto que la Plaza del Trigo es irrecuperable y poco más margen de actuación tiene ahí la organización. Este año visité por primera vez el Escenario Charco y tengo claro que, en adelante, será esa mi Plaza del Trigo. A allí, llegan artistas emergentes como Carlos Ares, El Nido o Bulego que merecen la pena, a la sombra y sin agobios.
El cartel invitaba a una menor afluencia, aunque desconfiaba de esto bastante, puesto que la fiesta seguiría siendo la misma y la música le importa un peine a una gran parte del público. Bajo esta premisa, pude disfrutar de buenísimos conciertos de artistas de segunda o tercera línea (de cartel, que no de calidad) como Repion, Biznaga, Ultraligera, Cora Yako, Joven Dolores... Otros como Niña Polaca sufrieron la incomprensible ubicación de un escenario menor, pero es también esta la otra cara del cartel: cuando acumulas a Izal, Luz Casal u Hombres G en escenarios principales, otros se ven relegados. El caso de Niña Polaca me parece un error sangrante y así lo demostró la afluencia de público.
Al menos, y aunque muy tarde, a Sexy Zebras les dieron el lugar que merece el grupo más en forma del indie rock español. Para mí, fue el concierto del Sonorama y entendieron a la perfección que tenían que venir a entretener al público más que a hacer una exhibición musical. No todo lo que vi me encantó, ya que grupos como Shego o Valira no me gustaron lo que esperaba, pero creo que el futuro del festival pasa por llenar esas segundas o terceras líneas del cartel de auténtica calidad y que el público pasivo se divierta con Dani Fernández, Rozalén, Shinova o Natos y Waor.
En definitiva, la edición número 27 del Sonorama se cerró con la sensación de haber sido un punto de inflexión con respecto a lo que venía ofreciendo después de la pandemia. Es un festival en constante evolución y lo volvió a demostrar, y creo que en esta ocasión de forma positiva. Eso sí, y de esto no se puede culpar a la organización, la fractura entre quien conoce el cartel y quien solo conoce los grandes nombres en grande es cada vez más clara, algo bastante triste.