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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

Víctor Hugo llora a su hija muerta


 

Villequier es una pequeña y pintoresca localidad francesa de la Normandía, donde el Sena se acurruca en un meandro, plácido y durmiente, tendido en toda su exuberante belleza como un felino color platino que sin embargo, una vez despierto y enojado, puede desarrollar una fuerza descomunal, capaz de engullir vidas humanas sin conmoverse por piedad alguna.

Allí, en el curso de agua del río milenario, rodeado de una riqueza medioambiental que irriga sus riberas, en connivencia con la llovizna ocasional, para hacerlas envidiablemente fértiles, se truncaba para siempre el floreciente sino de una joven que apenas había empezado a vivir, y que había nacido hace ahora precisamente 200 años en la familia de uno de los más grandes escritores de la literatura universal.

Recién inaugurada su segunda década, Víctor Hugo (1802-1885) se había desposado con su amiga de infancia Adèle Foucher, y el día del Carmen de 1823 el matrimonio se veía bendecido con un hijo, a quien bautizaron como Léopold, el nombre del padre del autor, un general napoleónico. Pero, algo tristemente habitual en épocas pasadas de elevada mortalidad infantil, el niño fallecía sin llegar a cumplir tres meses. Poco después, el 28 de agosto de 1824, en el 90 de la parisina rue de Vaugirard, llegaba al mundo una hija, que llamaron Léopoldine Cécile Marie-Pierre Catherine. Y a pesar de que la familia crecería en los años posteriores con otros dos hijos y una hija más, era Léopoldine la depositaria del mayor cariño paterno, de una veneración exponencial que parecía aunar la suya propia con la del hermano prematuramente perdido.

Léopoldine, Didine para los suyos, tenía un carácter dulce y un físico que traducía como un espejo la suavidad de su alma. A los 11 años, con motivo de su primera comunión, Auguste de Chatillon pintaba su precioso e icónico retrato ('Léopoldine con el libro de horas'), fechado el mismo día de su cumpleaños, 28 de agosto de 1835. En él, plasmaba a una niña bien parecida, de mirada inteligente, en la antesala de la pubertad.

En París, en 1835 Víctor Hugo conocía a un joven estudiante lleno de talento, Auguste Vacquerie, ferviente admirador del maestro, e hijo de Charles Amable Isidore Vacquerie, un acomodado capitán de barco convertido en armador de Le Havre. La relación de amistad fue consolidándose y duraría de por vida, hasta el punto de que la familia Hugo aceptó en el verano de 1838 la invitación para pasar unos días en la casa de veraneo de los Vacquerie en Villecquier, a orillas del Sena, en un entorno idílico. Mientras el escritor está de viaje con su amante, la actriz Juliette Drouet, su esposa y sus hijos van al bello destino estival.

Allí, en los momentos de felicidad y armonía compartidas, surge el amor entre Léopoldine, de 14 años, y Charles, el hijo varón mayor de los Vacquerie, de 26. Ambos muestran intenciones muy serias, pero el padre de la joven retrasa el momento de su unión alegando la corta edad de Didine, aunque también pesen otros motivos menos confesables: su carácter de padre posesivo y adorador de su hija, y su propio concepto del novio, cuyo talante sereno y tímido, muy diferente al de su hermano Auguste, le resulta muy poco atractivo. Víctor Hugo confía en que la mudanza de los afectos propia de la juventud se producirá durante la mera demora del enlace, pero muy al contrario, Léopoldine y Charles continúan su relación por carta sin languidecer y finalmente, ante la innegable rotundidad de sus sentimientos, Hugo se ve obligado a ceder. La pareja contrae matrimonio en la iglesia de Saint Paul de París el 15 de febrero de 1843, en la más estricta intimidad, y se instalan en Le Havre.

Poco después de la boda, fallece el padre de Charles. Los trámites de la testamentaría se alargan, y el sábado 2 de septiembre los cónyuges visitan Villaquier, con el propósito de acudir al notario del cercano municipio de Caudebec-en-Caux. Ese verano, Víctor Hugo está de viaje por los Pirineos y España con Juliette Drouet, y su mujer Adèle junto con sus tres hijos se instala en Le Havre buscando la cercanía de Léopoldine.

El lunes 4 de septiembre de 1843, sobre las 10 horas, Charles se decide a trasladarse hasta la notaría de Maître Bazire a bordo del nuevo barco de su tío de 62 años, Pierre Vacquerie, experto en navegación y familiarizado con el Sena, quien se ofrece a acompañarle junto con su pequeño hijo Arthus, de 11 años. El tiempo es bueno. Ante la ausencia de viento, la madre de Charles, Jeanne, augura que la nave avanzará despacio, por lo que tardarán en estar de vuelta y se retrasará la hora del almuerzo. Léopoldine está aún arreglándose y opta inicialmente por no viajar con ellos. Pero la barca, muy ligera, parece inestable, y dedican un tiempo a lastrarla con dos grandes piedras planas, un lapso que permite a la joven terminar su aliño y estar lista para embarcarse con ellos.

El trayecto a Caudebec transcurre sin incidencias, con el tío Pierre al timón. Terminada la gestión notarial, Bazire pone a su disposición su coche de caballos para agilizar el camino de vuelta de sus clientes al no preverse brisa, y los Vacquerie, a su vez, le ofrecen desplazarse hasta Villequier con ellos para almorzar en su casa. Pero, sin prosperar ninguna de las dos sugerencias, el plan originario no se ve alterado y los cuatro familiares regresan en la embarcación.

Alrededor de las 13 horas, llegados a un punto conocido como 'Dos d'âne', se desencadenó la tragedia. Quizá una inesperada ráfaga de viento escoró el velero, haciendo que las piedras rodaran y el barco volcase, o bien este zozobró al chocar contra un imponente banco de arena allí localizado.

Léopoldine quedó atrapada bajo la embarcación, al habérsele enredado su voluminoso vestido, propio de las mujeres de entonces. Su marido, excelente nadador, se sumergió varias veces bajo el agua para intentar rescatarla sin éxito, según presenciaron varios testigos desde la orilla, que al principio creyeron se trataba de un juego o una broma; hasta que, al sexto intento, no emergió más. Una interpretación que ha hecho fortuna sostiene que, viéndose incapaz de salvar a su esposa, Charles eligió hundirse con ella.

La madre de Charles, preocupada ante la tardanza, escudriña río arriba con un telescopio en dirección a Caudebec, y detecta un barco en una posición extraña. Al expresar sus temores, personas de su entorno doméstico se apresuran hacia el lugar del naufragio. Consiguen voltear el velero y aparece la primera víctima, Pierre, siendo la segunda Léopoldine, al ser izada por una red lanzada al agua. Charles y el pequeño serán encontrados más tarde. Ella llevaba un vestido malva de tela ligera, por estar de alivio del luto tras la muerte de su suegro. La prenda, guardada cuidadosamente por su madre, se conserva hoy.

Jeanne Vacquerie queda conmocionada por la magnitud de la catástrofe. Auguste Vacquerie se desplaza hasta Le Havre a portar la terrible noticia a Adèle Hugo, y la convence de regresar a París con sus hijos a esperar la llegada de Víctor Hugo, cuyo paradero exacto se desconoce en ese momento. El funeral tiene lugar el 6 de septiembre, sin presencia de ningún miembro de la familia Hugo.

El escritor viaja de incógnito con Juliette Drouet bajo el nombre ficticio de 'Señor Go', y ya se encamina hacia la etapa final de su itinerario, que concluirá en Normandía para reunirse con su hija, según lo acordado con ella. Las autoridades, con el fin de comunicarle la desgracia, colocan pasquines en los lugares por donde se creía iba a pasar, ineficazmente. Pero en la tarde del sábado 9 de septiembre los amantes llegan a Rochefort, y se detienen a reconfortarse en el Café de l'Europe, en el 27 de la rue Audry. Hugo toma el periódico Le Siècle del jueves 7 de septiembre y queda devastado al leer el ahogamiento de su hija y su yerno, con la ansiedad adicional de saber que hay otros dos difuntos más, de quienes el rotativo no proporciona la identidad.

Inmediatamente reanudan viaje y esa misma noche llegan a La Rochelle. El día 10, desde Saumur, Víctor Hugo escribe a Adèle: "Querida amiga, mi querida esposa, pobre madre sufriente, ¿qué puedo decirte? Acabo de leer por casualidad un periódico, ¡Dios mío, qué has hecho! Estoy desconsolado (...) partiré inmediatamente hacia París, donde llegaré casi al mismo tiempo que mi carta. Pobre mujer, no llores, resignémonos, ella era un ángel, devolvámoslo a Dios. ¡Ay! con gran dolor deseo llorar contigo y con mis tres pobres y amados hijos". La tarde del 12 de septiembre arriba a la capital gala.

Léopoldine y Charles fueron enterrados juntos, en el cementerio anexo a la iglesia parroquial del siglo XV, flanqueados a un lado por la sepultura de sus dos parientes ahogados, y al otro por la de Charles Vacquerie padre, donde se reunió con su esposa algunos años después. Con el paso del tiempo, Adèle falleció, y dejó encargado su deseo de reposar junto a su hija. Su sepulcro se sitúa en medio de los de Auguste Vacquerie y Adèle Hugo, la hija pequeña del escritor. Las seis altas lápidas neogóticas de las familias Vacquerie-Hugo, idénticas, sobrias y elegantes, dispuestas en un cuadrado decorado con rosales, están clasificadas como monumentos históricos desde 2008. 

Durante tres años, Hugo no escribirá una sola línea, sumido en un silencio desesperanzado emanado del profundo dolor. En 1846, por mediación de Víctor Hugo y Lamartine, el gobernador concedió una subvención para represar el río en Villequier y así disminuir el riesgo de que un desastre de esta magnitud pudiera repetirse en ese preciso punto.

No es hasta ese mismo año que Hugo encuentra fuerzas para visitar finalmente la tumba de su hija, el 25 de septiembre de 1846. Refleja sus sentimientos en el bellísimo poema 'Mañana, al alba', que se publica diez años después en su obra Las Contemplaciones, una recopilación lírica en seis libros, que vio la luz con enorme éxito mientras Víctor Hugo se encontraba exiliado en Guernsey por desencuentros con el emperador Napoleón III. El libro IV, 'Pauca meae' (Algunos versos para mi hija), fue escrito en memoria de Léopoldine, y contiene, entre otras, las poesías 'A Villequier' y 'Charles Vacquerie', en la que ensalza su heroísmo por tratar de salvar a la joven hasta inmolarse.

Hoy, la antigua residencia de los Vacquerie en Villequier se ha transformado en museo para perpetua memoria de sus moradores. En 1951, el Consejo General del Departamento del Sena Marítimo adquirió a los descendientes la mansión con su jardín. El museo fue inaugurado en 1959, gracias a 11 donaciones, fruto de la generosidad de los herederos.


El 1 de enero de 2016, Villequier se fusionaba con las poblaciones cercanas de Caudebec-en-Caux y Saint-Wandrille-Rançon, formando el municipio de Rives-en-Seine. Desde hace años, una estatua de Víctor Hugo en pose de otear el Sena en busca de su hija está erigida en la ribera fluvial, a la altura del lugar donde ocurrió el drama, apenas a 500 metros de la casa, con una losa aledaña que reza: "En memoria de Léopoldine Hugo y su marido Charles Vacquerie que se ahogaron aquí en el Sena el 4 de septiembre de 1843".

Aunque Hugo en una carta situaba en Soubise el café donde conoció la terrible noticia que cambiaría su vida, Juliette Drouet da todo género de detalles en su diario que permiten afirmar que fue en Rochefort. En una esquina de la calle donde se ubica el local hostelero, hoy llamado Le Bistrot de la Paix, se descubrió el 26 de noviembre de 2018 una placa conmemorativa que explica: "Aquí, el 9 de septiembre de 1843, Víctor Hugo, acompañado de Juliette Drouet, se enteró de la muerte de su hija Léopoldine, ahogada en el Sena en Villequier. Inconsolable, escribirá el angustioso adiós 'Mañana al alba'".

Mañana, al alba, a la hora en que el campo se blanquea,
partiré. Verás, sé que me estás esperando.
Atravesaré el bosque, atravesaré las montañas.
No puedo alejarme de ti por más tiempo.

Caminaré con los ojos fijos en mis pensamientos,
Sin ver nada afuera, sin oír ningún sonido,
Solo, desconocido, con la espalda encorvada, las manos cruzadas,
Triste, y el día para mí será como la noche.

No miraré el oro del atardecer,
ni las velas lejanas que descienden hacia Harfleur,
y cuando llegue, pondré sobre tu tumba
un ramo de acebo verde y de brezo en flor.

 

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa