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Clásico

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

Ocho días con Teresa


(Una habitación sobria de estilo castellano. Una dama de unos 30 años está sentada en una silla de brazos, un libro abierto entre sus manos. Otras dos sillas iguales vacías en la estancia. Una mesa baja a su derecha, con una palmatoria de vela encendida sobre ella, una pequeña vasija de barro con dos vasos muy semejantes y una labor de costura apoyada a pocos centímetros, como dejada recientemente. Una monja con hábito carmelita entra en la estancia por la izquierda del espectador)

Personajes:

Guiomar de Ulloa

Teresa de Jesús 

Pedro de Alcántara 

 

Ávila, verano de 1560. Casa de Guiomar de Ulloa.

T:-Ave María Purísima. ¿Da su permiso, doña Guiomar?

(La dama se levanta llena de júbilo y hace ademán de abrazar a la monja)

G:-¡Madre Teresa! ¡Cuán grato recibirla en ésta, su casa! Venga, venga, aposéntese en esta silla, le daré agua fresca, debe estar agotada del camino desde el monasterio de La Encarnación extramuros, ¡y con este calor! Dicen que la Seca va a continuar haciendo mella en Ávila incluso cuando el verano afloje estos soles de justicia... no sé qué será de nosotros, pobres pecadores, si la Santísima Virgen no fuera servida de compadecerse de nuestras rogativas y otorgarnos la lluvia...

(La monja se sienta, mientras la dama le sirve agua. Tiene aspecto cansado, acalorado y a la vez ensombrecido. La dama parece reparar en ello de pronto, y corta de cuajo su verborrea)

G:-¿Acontece algo, Madre Teresa? ¿Acaso de nuevo han venido personas a hacerle dudar de que es Dios Todopoderoso quien le envía esas visiones? 

T:-Hartos trabajos estoy pasando... pena corporal mas contento espiritual, con las mercedes que Su Majestad tiene a bien conceder a una mujer tan ruin como yo, pero que nadie parece entender más que vos, Doña Guiomar, hermana mía. Incluso mi confesor me deja con grandísima confusión cuando le confío mi alma, advirtiéndome severamente de que tan dulces visiones pueden proceder del maligno. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo hallar luz entre tantas tinieblas?

(La dama se acerca a la silla de la monja y se agacha cómplice a su lado. Sonríe mientras le habla)

G:-Vuestra caridad misma me lo ha dicho en hartas ocasiones: "Gran mal es un alma sola entre tantos peligros… procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo". La he hecho llamar, Madre Teresa, porque Fray Pedro de Alcántara, ese santo hombre, bendito y de gran espíritu, está en nuestra ciudad, y espero su visita de un momento a otro. Si hay un alma capaz de allegarse a la suya y calmar su aflicción, es la de tan gran varón como él. Vive en continua penitencia, dicen de él que veinte años ha portado cilicio, ha fundado ya dos conventos y es autor de unos pequeños libros en romance sobre oración que llenan de dulzura el espíritu. ¡Ay, Madre Teresa, qué dicha la mía de poder propiciar este encuentro de ambos, del que presiento van a desprenderse provechosos frutos!

(Se oyen pasos y las dos mujeres callan. Entra a escena un fraile con hábito franciscano y modales humildes y saluda con una inclinación de cabeza. Ambas se levantan)

P:-Buena tarde nos conceda el Señor. ¿Doña Guiomar de Ulloa? 

G:-¡Fray Pedro de Alcántara, qué gozoso momento éste, en que por primera vez le ven mis ojos! ¡Qué honra la mía, recibirle en esta morada! ¡Sea bienvenido y tome asiento!

P:-Sea vos bien hallada, Señora. Dios le pague tanta bondad hacia el más humilde de sus siervos. (Se gira hacia la monja, antes de sentarse a la vez que lo hacen ambas mujeres) ¿y Vuestra caridad es doña Teresa de Ahumada? Ansiaba poder conversar con vos, pues la virtud de su nombre hace mucho que se ha extendido más allá de estas murallas. 

T:-Fray Pedro, me turba con sus palabras, de las que no soy digna. ¿Ha tenido un viaje apacible hasta nuestra ciudad?

P:-A Dios plugo preservarme y mostrarme grandes cosas en el trayecto. Vine en un humilde asnillo, y me detuve unas jornadas en Arenas. La ermita de San Andrés del Monte me ha agradado sobremanera; creo que el Señor tiene grandes designios para ella. He aceptado el ofrecimiento que me ha hecho su cofradía y tornaré allí para fundar un convento reformado de nuestra religión.

T:-¡Qué regocijo debe sentir nuestro Creador al ver que en estas tierras hay tan buenos cristianos como vos, Fray Pedro, que buscan vivir la fe volviendo a la pureza de sus raíces! ¡Cuántas veces acaece que he soñado, junto a esta piadosa viuda que es Doña Guiomar, fundar un palomarcico de unas pocas mujeres, como ermitañas primitivas, determinadas a recorrer un camino de devotísima oración y desagravio al Señor Jesucristo por tantas ofensas que se cometen contra su santo nombre! ¡Con Nuestra Señora en una puerta, Nuestro Padre San José en otra, custodiando esa casa bajo su advocación, y Cristo en el medio, entre todas! ¡Quién pudiera encender esa estrella, que daría de sí gran resplandor! ¡Y vos ya lo habéis logrado! ¡Qué fortuna para la cristiandad tener el regalo de vuestra reforma!

P:-Doña Teresa, mi espíritu se colma de gozo al escucharla, sus razones tan bien expresadas son las mías propias, parece que pudiera descifrar mi corazón... Si elige el amparo del glorioso San José, está en las mejores manos y su ensueño llegará un día a convertirse en obra. Nuestro Padre siempre extiende su manto para proteger los humildes trabajos de este siervo del Señor, Comisario General de su Custodia, y me auxilia en los momentos más recios. Encomiéndese a él con fe y vos también seréis escuchada.

T:-Fray Pedro, mi pobre entendimiento empieza a comprender ahora que es el glorioso San José quien en su providencia de amoroso padre le ha traído hasta esta casa...

G:-Con harto contento presencio la escena que tantas veces me había representado en mi imaginación... Fray Pedro, me sentiría enormemente honrada si prolonga su estancia en esta, su casa, tantos días como sus quehaceres se lo aconsejen. Madre Teresa, me he tomado la libertad de requerir al Provincial de su Orden licencia de ocho días fuera del convento para que vos podáis acompañarnos también en esta morada. Así, entrambos tendrán muchas ocasiones de departir de lo divino...y de lo humano. (Se levanta para salir, coge el libro y la labor, pero antes de desaparecer se vuelve) Doña Teresa, le ruego no deje de hablar a fray Pedro de esas visiones que le atormentan el alma. Me retiro a mi aposento para que tengan más libertad de conversar. Queden con Dios. 

P:-Doña Teresa, si anhela descansar algún peso del espíritu, gustosamente puedo oírla y descargar sus cuitas. Los sacramentos dan alas al ánima y la hacen volar hacia las regiones celestes. Y la oración da luz en lo que hasta los letrados ignoran.

T:-Doña Guiomar sabe mi necesidad de aliviar la tribulación de mi alma porque ha sido testigo de mis aflicciones y me ha consolado harto... es tanta su fe que no puede sino creer que es espíritu de Dios el que me concede esas dulces mercedes en forma de visiones que todos los más, como mi confesor, el Padre Baltasar Álvarez, a quien abro mi alma sin doblez ni encubierta, insisten que son del demonio. No hay trabajo más arduo que la contradicción de los buenos. Pero percibo una luz que se irradia como un aura desde su verbo, Fray Pedro, y por ello me huelgo al hablar con vos.

P:-Madre Teresa, pone el Señor lo que quiere que el alma entienda en lo muy interior del alma, y allí lo representa con lenguaje del cielo, sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de visión. Lo he gustado por experiencia yo mismo.

T: - Ay, Fray Pedro, ¡si supiera expresar cuánto he padecido esta aflicción de penas, con grandes oraciones para que el Señor me llevase por otro camino que fuese más seguro, pues éste me decían era tan sospechoso! Verdad es que, aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro camino, como veía tan mejorada mi alma, no era en mi mano desearlo, aunque siempre poníame en las manos de Dios, que Él sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo.

P: - En este tipo de visión no cabe oscuridad, sino que el Señor se representa por una noticia al alma más clara que el sol. Él imprime su luz y alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien.

T:-Cuán suaves y atinadas son sus razones, fray Pedro… No olvido que vos lleváis por nombre la advocación de aquel apóstol que fue la primera piedra de la iglesia de Cristo... y precisamente estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto a mi Cristo y veía ser Él el que me hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio, aunque enseguida quedé quieta y con regalo y sin ningún temor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía. Luego fui a mi confesor, y quedé harto fatigada y desatinada al intentar explicarle sin ser comprendida el recogimiento de mi alma al experimentar la presencia del Señor.

P:-No tenga pena vuestra caridad, sino que reciba la fuerza de la oración y alabe a Dios y esté tan cierta que era espíritu suyo, que, si no es la fe, cosa más verdadera no pueda haber, ni que tanto pueda vos creer. Si vos así gustáis, me ofrezco a hablar con vuestro confesor para explicarle la naturaleza divina de estos fenómenos.

T:- ¡Qué emoción y qué ímpetu siento ahora, invadiéndome con presteza y disipando la aridez de las dudas de mi alma! Me deja con grandísimo consuelo y contento al decirme que mantenga mi oración con la firmeza de no dudar que mis visiones son de Dios. ¿Cómo agradecerle la seguridad y la inmensa luz que me está dando en todo, Fray Pedro?

P:- (sonriente, levantándose). Se me ocurre un modo, Madre Teresa. Vayamos en pos de Doña Guiomar y salgamos a respirar el aire puro de Ávila. Está cayendo el sol, y el calor ceja ya en su virulencia. Mucho me complacería orar en acción de gracias en alguno de los afamados templos de esta ciudad amurallada. De camino, les relataré la plenitud de mi estancia en Arenas, y los planes que alberga mi corazón para esa tierra de promisión… ¡apenas he salido de allí, y ya añoro volver!

T:- Ávila también le placerá, Fray Pedro. Le mostraremos la Santa Iglesia Catedral, la parroquia de Santo Tomé, la capilla de Mosén Rubí y otros rincones donde podremos postrarnos de hinojos ante nuestro Señor y su Santísima Madre… Tenemos ocho días por delante. Uno más de los que necesitó Dios Omnipotente para realizar por entero la maravilla de su Creación.

(Teresa se levanta. Ambos salen de escena, dando la impresión de que conversan, sonrientes y con ademán cómplice).

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa