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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

El fruto de la pasión


Muchos años después, meditando sobre ello en sus dominios de Ávila, el Gran Duque de Alba nunca llegaría a saber a ciencia cierta qué fue lo que le sedujo de la molinera de La Aldehuela, por más que hubiese deseado saciar la curiosidad insistente del hijo nacido de aquel encuentro furtivo, cuya compañía llegó a serle tan querida.

Si fue el color sonrosado de sus mejillas, como las judías del Barco que la joven cocinó sazonadas con pimentón. Si fue el nombre transgresor de las patatas revolconas, que ella pronunció con labios humedecidos. Si fue la ternura del chuletón que le sirvió, que le llevó a soñar el roce de sus carnes bajo la saya. Si fueron sus formas redondeadas, como las de las castañas de Casillas que le puso en el plato. Si fue su textura, que se le antojó jugosa y le recordó poderosamente a la de las cerezas del Hornillo. Si tal vez sería el vino de Cebreros que paladeó mientras se asomaba a la mirada de sus ojos oscuros.

O si fue la manzana del Corneja, fruta de la pasión prohibida, que mordió sin remedio en el postre, como parte inexcusable de su experiencia en el paraíso.

A cada pregunta, solo acertaba a decir confusamente al hijo de ambos que, finalizada aquella inolvidable sobremesa con la molinera, la lúcida digestión le aconsejó no volver a ser su comensal.

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa

Retratos del Gran Duque de Alba: Antonio Moro (S. XVI)