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Clásico

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

Napoleón, guarda del zoo de su villa


Era el 25 de mayo de 1804 y Napoleón I llevaba solo una semana ciñendo la corona de emperador de los franceses. Ese día, en un momento tan prematuro de su trayectoria imperial, rubricó un decreto trasladando la capitalidad del departamento de la Vendée desde Fontenay-le-Comte hasta La Roche-sur-Yon, una pequeña población que entonces no alcanzaba los 500 habitantes.

La Roche-sur-Yon había surgido en época altomedieval, como atestiguaba su nombre, alrededor de un castillo erigido en una roca que domina el Valle del río Yon. Si su localización en el centro del departamento era más conveniente que la de la sureña Fontenay, el resto de sus circunstancias estaban lejos de ser privilegiadas: hostigada en 1793 por el traumático Reinado del Terror revolucionario que trajo consigo un gran derramamiento de sangre, en 1794 fue asolada por un incendio en el marco de las guerras civiles entre partidarios de la Revolución Francesa y contrarrevolucionarios, y los pocos habitantes que quedaban cuando atrajo el interés de Napoleón, sin medios para acometer una reconstrucción completa, se hacinaban en un caserío a todas luces insuficiente. Demasiado sufrimiento junto.

Pero el emperador, decidido a modernizar y pacificar la ciudad, plantó precisamente allí la semilla de su modelo urbanístico, dotándola de todos los símbolos civiles: prefectura, escuela secundaria, juzgado, cárcel, cuartel y hospital. Con intención de preparar la ciudad para acoger 15.000 habitantes, los ingenieros Cormier y Valot imprimieron a La Roche-sur-Yon forma de un gran pentágono compuesto por 5 bulevares, así como su característica organización en damero en torno a una gran plaza central de casi 3 hectáreas, que continúa hoy. Y la ciudad cambió su nombre por el de Villa Napoleón, plenamente identificada con su hacedor.

Cuatro años después, el 8 de agosto de 1808, Napoleón, de regreso de España, realizó una primera y única visita a su ciudad homónima, que duró seis horas. Pero sus expectativas se desvanecieron de inmediato. Recibido en el Gran Albergue de la plaza central que se bautizaría como Plaza Napoleón, una de las únicas edificaciones terminadas en ese momento, expresó su enojo al ver que las obras acumulaban una inexplicable demora e impulsó nuevos decretos para acelerarlas. En la fachada del edificio hoy una placa conmemora el paso de Napoleón.

El emperador también se sintió profundamente decepcionado al descubrir que muchos inmuebles se estaban construyendo con tapial, material que le pareció intolerablemente humilde para el plan de un soberano. Furioso, se dice que cortó un muro con su espada, exclamando: "¡He aportado oro para construir palacios, y vosotros habéis levantado una ciudad de barro!".

Pero la urgencia de los acontecimientos derivados de las campañas napoleónicas pronto distrajo la atención del emperador de su esquema urbanístico. Villa Napoleón, con su destino unido al del gobernante que la promovió, verá oscilar su nombre varias veces en un lapso vertiginoso, en función de si las etapas históricas eran de caída en desgracia o de rehabilitación de la figura del emperador. Así, con la Restauración monárquica en 1815 cambió de denominación a Villa Borbón-Vendée, la llegada de Napoleón III a la presidencia de la II República hizo que de nuevo adoptase su nombre de Villa Napoleón, y al ascenso de aquel al trono imperial en 1852 fue renombrada como Villa Napoleón-Vendée. Esta época fue de esplendor para la localidad: llegó el ferrocarril en 1866 y se construyó una estación, lo que la hizo crecer y desarrollarse. La anécdota es que en la actualidad se observa aún en las paredes de la estación el nombre de la ciudad de aquel momento, Napoleón-Vendée. En ese período floreciente, en 1864 nació en la ciudad Benjamin Rabier, un precursor del cómic de animales, autor de la célebre imagen de 'La vaca que ríe' y creador del personaje del pato Gédéon. 

También entonces se dotó a la plaza central de la villa de una estatua ecuestre de Napoleón I, inaugurada el 20 de agosto de 1854 para celebrar el cincuentenario de la ciudad. Fue esculpida por el conde Émilien de Nieuwerkerke, amante de Mathilde Bonaparte, prima de Napoleón III. La obra se financió con aportaciones de 152 municipios de la Vendée y de la administración de Bellas Artes.

Pero la deposición y el exilio de Napoleón III en 1870 trajo consigo que la villa borrase su pasado imperial de su nombre y quedase como La Roche-sur-Yon para lo sucesivo. Sin embargo, su sino poblacional sería ascendente. En la III República rozó los 10.000 habitantes; en 1954 llegó a 20.000 y tras su fusión en 1964 con las vecinas Bourg-sous-La Roche y Saint-André-d'Ornay, en 1975, la ciudad alcanzó los 48.000. Hoy supera los 53.000, casi cuadruplicando las iniciales aspiraciones de Napoleón I.

En 2010, el proyecto del arquitecto y urbanista Alexandre Chemetoff fue seleccionado entre 52 propuestas para remodelar la plaza Napoleón, y los trabajos se extendieron hasta 2014. Chemetoff quería convertirla en un salón al aire libre y un pulmón verde para la ciudad. Está equipada con cuatro estanques poco profundos en los que viven carpas koi, que operan en un circuito cerrado, nutriéndose del agua de lluvia recogida en los tejados de los edificios alrededor de la plaza. También hay tumbonas y áreas con césped, y está decorada con más de 30.000 flores, plantas y árboles: arces, jazmín, lotos, juncos, nenúfares, palmeras, tulipanes de Virginia...

En septiembre de 2013, la localidad natal de Rabier, el pionero de la tira cómica de animales, vio cómo su emblemática plaza era dotada de un bestiario mecánico de 13 ejemplares ideados por François Delarozière, director artístico de la Compagnie des Machines de l'Ile de Nantes, y construidos en madera y acero, que pueden ser manipulados por el público: dos flamencos rosados, un hipopótamo, un ibis sagrado, un dromedario, una perca del Nilo, tres ranas, un sapo, una nutria, un búho y un cocodrilo.

La campaña egipcia de Napoleón Bonaparte inspira el proyecto de turismo diseñado por Delarozière, que cuenta una sugerente 'leyenda' de que cuando Napoleón fundó la ciudad, sus científicos regresados de la expedición egipcia fabricaron un bestiario mecánico para estudiar la fauna de aquel país. Estos animales, desaparecidos poco después de la construcción de la ciudad, se habrían redescubierto durante las tareas de renovación de la plaza.

Una deliciosa fantasía que convive con la realidad cercana en forma de escultura ecuestre de Napoleón en la plaza de su nombre, última réplica que queda de la original de Nieuwerkerke, destruida en Lyon en 1870. Catalogada como Monumento Histórico desde junio de 2016, fue restaurada en 2020. Es la única de las seis estatuas ecuestres de Napoleón en Francia que permanece en su ubicación original. Al pie de ella, una placa recuerda que el emperador fundó la ciudad en 1804. Imposible obviarlo u olvidarlo.

Doscientos años después, Napoleón ejerce de vigía del peculiar zoológico desde su aventajada atalaya sobre la plaza. Monta el que merece considerarse el decimocuarto animal del bestiario, aunque no lo puedan accionar los visitantes: Marengo, el más emblemático de sus caballos, un tordillo árabe que descendía de la legendaria yeguada del sultán, un corcel bello, fuerte y muy veloz, que el emperador llevó a Francia desde su expedición a Egipto en 1799 cuando tenía siete años y fue su fiel compañero en todas sus batallas, en las que el noble animal resultó herido hasta en ocho ocasiones.

Pero la inteligencia se demuestra al adaptarse a las circunstancias y es estéril soñar con las glorias pasadas. Napoleón hoy es el guarda de los animales mecánicos y, de reojo, contempla la ciudad que un día ideó. Su gesto es de dignidad. Tiene motivos para sentirse orgulloso.

 

FOTOGRAFÍAS: GABRIELA TORREGROSA