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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

En la boda de Luis XIV suena el Bolero de Ravel


Ambos contrayentes tenían 22 años, porque habían nacido con solo cinco días de diferencia. Eran primos hermanos por partida doble, de madre y de padre, y su enlace se reducía a uno más de los muchos asuntos de Estado concertados por los diplomáticos de sus respectivos países de origen.

Él, Luis XIV, había ocupado el trono francés desde los cuatro años bajo la regencia de su madre española tras la prematura muerte de su padre, granjeándose el apelativo de Rey Sol. Ella, la infanta María Teresa de Austria, era hija del rey Felipe IV de España; en las capitulaciones matrimoniales renunciaba, para sí y sus descendientes, a todos sus derechos sucesorios sobre la monarquía hispánica y su padre se comprometía a aportar como contraprestación una astronómica dote de 500.000 escudos de oro.

Sus esponsales rubricaban el Tratado de los Pirineos firmado el 7 de noviembre de 1659, que suponía el final de los treinta años de hostilidades entre las dos mayores potencias europeas de la época, España y Francia, cuyas casas reales compartían íntimos vínculos familiares. La forma más efectiva de someter a un rival siempre ha sido fundirse con él.

El lugar elegido para la ceremonia nupcial de los dos jóvenes era la localidad costera francesa de San Juan de Luz, muy próxima a la frontera española.

El 15 de abril de 1660, Felipe IV y María Teresa partían de Madrid hacia la raya francesa para el casamiento. Al día siguiente de llegar a Fuenterrabía, el 3 de junio, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción se celebraba un primer matrimonio por poderes, estando ausente el rey galo.

Luis XIV había llegado a San Juan de Luz el 8 de mayo de 1660 y permanecería en la población hasta el 15 de junio, cuando concluidos los fastos, la Corte emprendió camino hacia París. Se alojó en la magnífica casa de la viuda de Joannis de Lohobiague, un exitoso empresario naval que, por inquinas de sus convecinos, había visto con impotencia cómo edificaban el ayuntamiento en el solar colindante, sin apenas dejar espacio entre sus muros y los de las ventanas de las habitaciones de la residencia que le permitían ver sus barcos en el puerto abierto al Cantábrico, quedando estas prácticamente cegadas. La finca, construida en 1643, se llamaba Lohobiague-Enea, pero hoy además se conoce como Casa Luis XIV.

El 6 de junio de 1660 españoles y franceses ratificaron la paz delineada meses antes. Lo hicieron Felipe IV de España y su hermana Ana, la reina madre de Francia, en la pequeña Isla de los Faisanes, en el río Bidasoa. Hoy es el condominio más diminuto del mundo, administrado seis meses al año por España (de febrero a julio) y los otros seis por Francia (de agosto a enero). Dentro de la legación francesa se encontraba como capitán de la guardia de mosqueteros de Luis XIV Charles de Batz-Castelmore, el conde de d?Artagnan, que inspiró al célebre héroe de novela de Alejandro Dumas, y que era la persona de mayor confianza del primer ministro, el cardenal Mazarino, también presente para la ocasión. Y del séquito español que se concitó con el francés en esa minúscula ínsula formaba parte uno de los mayores artistas de todos los tiempos, Diego de Silva Velázquez.

El motivo fue que el pabellón levantado en la Isla de los Faisanes para acoger las prolongadas conversaciones y la firma del acuerdo final fue diseñado y decorado con tapices por el genio de la pintura, que frisando los 61 años, una elevada edad para la esperanza de vida de la época, debió desplazarse hasta allí desde Madrid días antes que la propia comitiva real y permanecer en Guipúzcoa dos meses para ocuparse asimismo de la logística y organización del protocolo y supervisar minuciosamente la escenografía del desposorio. Se esmeró en cuidar hasta el más mínimo detalle de vestuario, joyas, ornamentación floral y diversiones posteriores. De inmediato tras la culminación del evento, Velázquez regresó a Madrid, donde fallecería muy poco después, habiendo visto su salud seriamente minada por el esfuerzo.

La infanta María Teresa fue entregada a los franceses a continuación de la firma. Llegada a San Juan de Luz, se hospedó en una vivienda situada a escasos metros de la de su prometido, inspirada en los palacios italianos, conocida como Joanoenia por haber sido construida veinte años antes por el rico armador Joannot de Haraneder, y actualmente también llamada la Casa de la Infanta. 

La boda fue oficiada el 9 de junio de 1660 por el obispo de Bayona, Jean d?Olce, en la iglesia de San Juan Bautista, muy cercana a las mansiones de los contrayentes, y que paradójicamente había sufrido frecuentes daños en el pasado durante incursiones españolas. En ese momento, se encontraba aún en plenas obras de ampliación: la portada principal no se terminaría hasta cinco años después y el conjunto de los trabajos acabarían en 1680. Para que la infanta se desplazase con toda solemnidad y sin ensuciar su vestido, se alzó un pasillo a 80 cm. del suelo, a lo largo de todo el trayecto que discurría entre la casa en la que ella residía y la iglesia. Para el acceso de los novios al templo se franqueó una puerta, tapiada después de la ceremonia.

Consumado el rito, que duró tres horas, Luis XIV se asomó al balcón de sus aposentos, que se abría a la plaza principal de la villa, y arrojó monedas a la muchedumbre. Hoy, la plaza lleva el nombre del monarca.

La fuerte consanguinidad acumulada generación tras generación probablemente fuera la causa de que aunque el matrimonio tuvo seis hijos, solo el mayor, Luis, sobrevivió hasta convertirse en adulto y tener descendencia. Sin embargo, no pudo reinar, porque falleció antes que su padre. Una serie de desgracias familiares encadenadas, unidas a la longevidad de Luis XIV, llevaron al hecho insólito de que su sucesor fuera su bisnieto de cinco años.

Luis XIV entretuvo sus días y sus noches con numerosas amantes, y la reina María Teresa consolaba sus ausencias con su inocente afición al chocolate, su bebida predilecta, de la que gustaba ingerir cuatro o cinco tazas diarias. Esa inclinación real llevaría a consagrar la costumbre en Versalles, donde despertó pasiones, pues hasta entonces era prácticamente desconocida en Francia por ser un lujo exclusivo y muy caro.

Mientras tanto, en España, se extinguía la dinastía de los Austrias y en el país se producía una larga Guerra de Sucesión franco-austriaca en la que prevalecía el pretendiente francés, que iniciaba el linaje de los borbones en la corona española con el nombre de Felipe V. Era nieto de aquella pareja que un día se casaba en San Juan de Luz. Aquella  riquísima dote de la infanta, si bien prometida, nunca fue pagada, y ese argumento es el que se esgrimió para defender la nulidad de la renuncia de la infanta a cualquier derecho presente y futuro sobre el trono español y, por tanto, para respaldar la legitimidad de las aspiraciones del Borbón a convertirse en rey de España.

En 1861 se erigió un monolito en la Isla de los Faisanes para conmemorar la firma del Tratado de los Pirineos. Tiene dos inscripciones: una en español, orientada hacia la frontera española, y otra en francés, mirando hacia ese país. Para leerlas, si no se desea usar prismáticos estando apostado desde el puente, es preciso ingeniárselas para salvar el río, pues no existe pasarela de ningún tipo que permita llegar hasta el islote.

En su estancia en San Juan de Luz para el enlace regio, el cardenal Mazarino se hospedó en la única vivienda de estilo holandés de la región, llamada San Estebania por su primer propietario, el armador Esteban d'Etcheto, que la construyó hacia 1630 imitando las moradas de Amsterdam. Desde la galería de la Casa Luis XIV, orientada al sur, se divisa el edificio en el muelle de Ciboure. Pero el cardenal no estaba llamado a ser su vecino ilustre con exclusividad. Dos siglos después, en 1875, entre esas mismas paredes nacía el compositor Maurice Ravel, autor del célebre Bolero.

En el patio del ayuntamiento de San Juan de Luz hoy una escultura ecuestre de pequeño tamaño de Luis XIV mira hacia la plaza. Es la única panorámica de nuevo reservada al monarca, eternamente atrapado entre las guerras de unos y otros por dominar las vistas del mar en una villa de navegantes, pescadores y corsarios.

 

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa