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Clásico

Conectados

Por Emilio Rodríguez García

La guerra digital por la dopamina


En la era digital, las redes sociales se han convertido en una parte integral de nuestras vidas. Con un solo clic, nos adentramos en un mundo interconectado donde podemos compartir momentos, ideas y emociones con amigos y desconocidos por igual. Sin embargo, detrás de esta aparente simplicidad, se esconde una compleja maquinaria: los algoritmos.

Los algoritmos, esos conjuntos de reglas matemáticas que guían lo que vemos en nuestras redes sociales, son poderosas herramientas diseñadas para mantenernos enganchados. El objetivo principal de estas plataformas es mantenernos en su ecosistema el mayor tiempo posible, consumiendo contenido y, por ende, generando más datos para su análisis y monetización. Ya os conté hace semanas que los datos valen mucho dinero.

Facebook, Twitter (ahora X), TikTok o Youtube son expertos en ello. ¿No os ha pasado que se comienza viendo un vídeo y, puf, de pronto hemos pasado una hora con el móvil en la mano?

Somos fácilmente manipulables 

¿Cómo lo logran? Simple pero efectivo: los algoritmos, en base a nuestras interacciones pasadas, preferencias y comportamientos, nos presentan contenido altamente personalizado y relevante. Desde las fotos de nuestras mascotas favoritas hasta noticias de última hora que nos interesan, todo es cuidadosamente seleccionado para mantenernos atrapados. Es el mismo proceso que utiliza Google Discover para ofrecernos noticias que considera que nos pueden interesar.

El poder de la notificación es el recurso clave en este juego de adicción. Las alertas y notificaciones constantes generan un sentido de urgencia y FOMO (Fear of Missing Out - Miedo a perderse algo) que nos impulsa a regresar constantemente a nuestras cuentas para no perdernos nada.

No todo está perdido. Enseñar a nuestros jóvenes a priorizar lo importante frente a lo mundano y hacer buen uso de su tiempo así como de las redes sociales, es clave para evitar caer en las garras del FOMO.

En búsqueda de la dopamina

Las redes sociales utilizan estrategias de gamificación para recompensar nuestras acciones. Los 'me gusta', comentarios y compartidos activan una sensación de satisfacción, liberando una pequeña dosis de dopamina en nuestro cerebro que nos hace sentir bien y nos incita a seguir participando. Nos guste o no, nos hemos convertido en yonkis digitales.

El problema es que es un círculo del que es difícil salir: o tengo dopamina continua o no estoy feliz. Por eso el uso de redes sociales no para de crecer y los influencers saben muy bien cómo explotar esa situación en su propio beneficio.

El peligro real: nuestra salud

Esta situación no sólo afecta nuestra relación con las redes sociales, sino que también tiene implicaciones en la salud mental. Varios estudios han demostrado que el uso excesivo de estas plataformas puede llevar a la ansiedad, la depresión y la soledad, ya que la comparación constante y la validación social pueden erosionar nuestra autoestima.

El libro Dopamine Nation, de Anna Lemke, alerta de la sociedad que estamos construyendo donde la felicidad es el eje vertebral. O somos felices o no. Y es tan fácil pasar de uno a otro como recibir una mala reseña en una red social o que nuestro archienemigo haya recibido más 'me gusta' a su publicación. Daros cuenta de la fragilidad mental a la que se están viendo sometidos nuestras generaciones más jóvenes.

Es fundamental tomar conciencia de esta dinámica y ser conscientes de cómo las redes sociales pueden influir en nuestras emociones y comportamientos. Establecer límites en el tiempo de uso, desconectar las notificaciones y ser selectivos con el contenido que consumimos son medidas que pueden ayudar a contrarrestar esta situación.

Lo ideal sería que las plataformas asuman su responsabilidad en el diseño de algoritmos éticos y transparentes. La privacidad y la seguridad deben ser prioritarias, y los usuarios deben tener control sobre su experiencia en línea, aunque a día de hoy eso sea una quimera.