¡Qué tiempos aquellos en los que el PSOE y el PP se ponían de acuerdo cuando se trataba de asuntos importantes para los españoles ¡Qué políticos aquellos que lograron que los españoles fuéramos capaces de perdonarnos! ¡Qué diferencia entre aquellos políticos europeos que gritaban "el nacionalismo es la guerra" (Mitterrand) y los políticos españoles que se vanaglorian diciendo "los nacionalistas son nuestros amigos"!
Pero en una cosa se han puesto de acuerdo los grandes particos españoles: en nombrar a la Comisión europea árbitro de sus disputas. Un gesto positivo, hay que reconocerlo. Es positivo también el hecho de que la Comisión haya aceptado este encargo. Pero ¿nos beneficia a los españoles? Esta es la cuestión.
Hace ya muchos años, siglos, que se presentó un caso similar: ¿Debe el papa actuar de árbitro entre las disputas de los reyes cristianos? Se preguntaban los teólogos del siglo XVI. En general se consideraba al Papa árbitro de la cristiandad, a cuyo laudo debían someterse los príncipes cristianos, pero un profesor de la Escuela de Salamanca, Luis de Molina, dice que, aunque esto sea verdad, "por regla genera" es más conveniente que el papa no intervenga, porque el príncipe que se considere perjudicado con el laudo, "arderá en odio contra el papa" y pensará que "ha actuado por pasión o desconocimiento del asunto".
¿Qué pensarán de la Comisión europea los incondicionales seguidores de Sánchez, si la Comisión sigue las directrices de Feijoo para la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial? Y, al contrario, ¿qué pensarán los incondicionales del PP, si la Comisión le da la razón a Sánchez? No estoy diciendo con esto que la Comisión deba lavarse las manos en este asunto. Lo ideal hubiera sido que la Comisión previamente hubiera marcado unos principios bien claros y hubiera aconsejado encarecidamente atenerse a ellos. La medicina preventiva puede ser más eficaz que la curativa y, desde luego, como dice el refrán "vale más prevenir que curar".
Pero es que en el presente caso estamos ante un agravante: puede ocurrir que ni Sánchez ni Feijoo queden satisfechos con el laudo de la Comisión. ¿Qué pasa entonces? Pues que mayoría de los españoles se levantarán contra la Comisión. Hay que recordar que la Comisión es un organismo político y que los políticos, ante cualquier problema, suelen decir una cosa y la contraria, "suelen nadar y guardar la ropa".
Hace ya tiempo que la Comisión debería haber intervenido ante los graves problemas que afectan actualmente a la política española, por muy nacionales que sean estos problemas. Europa vuelve a llegar tarde.