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Clásico

A mi juicio

Por Sergio Castro González

Pablo Hasel y el cuento de la libertad de expresión


La mayoría de nosotros hemos asistido perplejos a los graves disturbios que se han ido sucediendo en las principales ciudades españolas, principalmente en Barcelona, a raíz del encarcelamiento del rapero Pablo Hasel.   

 

La noticia de la detención del reo, condenando en sentencia firme, no seria noticia sino fuera porque entre su historial de antecedentes penales se encuentra un delito de injurias a la corona. Y alguna voz muy perspicaz ha dejado entrever que el artista simplemente ha entrado en prisión por cantar e injuriar al Rey.

 

Nada más lejos de la realidad.  Este señor además de injuriar y calumniar a la Familia Real y al Rey, ha sido condenado por enaltecimiento del terrorismo de ETA, Al Qaeda, El Grapo, Terra Lliure; injuriar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado y por agredir a un periodista de TV3 durante una rueda de prensa -si bien esta última condena no es firme-. 

 

De hecho, el pasado jueves se conoció que ha sido nuevamente condenado por amenazar a un testigo de un juicio contra unos guardias urbanos.    Estas son algunas de las perlitas que el artista ha ido soltando, bien en forma de tweet bien en la letra de alguna de sus canciones:  

 

"Merece que explote el coche de Patxi López". "Es un error no escuchar lo que canto, como Terra Lliure dejando vivo a Losantos". "Los Grapo eran defensa propia ante el imperialismo y su crimen". "Quienes manejan los hilos merecen mil kilos de amonal". "Pienso en balas que nucas de jueces nazis alcancen". (SIC).  

 

Se considera que las letras de sus canciones incitan a la violencia y realizan un discurso de odio. Podemos discutir de que esto sea arte, pero en ningún caso de que sea admisible.   

 

¿De verdad hay alguien que se cree que el sr. Hasel ha sido encarcelado por cantar?

 

No debemos olvidar, ya que parece que a algún despistado se le ha olvidado, que en una democracia consolidada y de las más avanzadas del mundo como la nuestra -le pese a quien le pese, como diría aquel- nadie es más que nadie. Los derechos fundamentales, y entre ellos la libertad de expresión no son absolutos, sino que nuestros derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás.

 

Todos tenemos derecho a decir lo que queremos o pensamos, sin que seamos censurados por ello, y así lo recoge la Constitución. Como igualmente todos tenemos derecho a que no se nos injurie, calumnie y a salvaguardar nuestro Honor. Incluido el Rey. Es muy sencillo. El límite de la libertad de expresión se encuentra en los derechos de los demás.  

 

Otro cantar sería que la sociedad en su conjunto y a través de los canales legalmente establecidos decidiera modificar en el Código Penal los delitos de injurias y calumnias a la corona, para despenalizar o reducir las penas por injuriar y/o calumniar al Rey y al resto de miembros de la Familia Real.  

 

Esto tampoco tendría mucho sentido, habida cuenta que la corona es un símbolo constitucional de permanencia y unidad de todos los españoles. Por esta razón, las penas que llevan aparejadas estos delitos contra la corona, son superiores a las penas previstas para los delitos de calumnias e injurias frente al resto de ciudadanos previstos en los artículos 205 y 208, respectivamente, del Código Penal.

 

Lo más triste de todo no es que los jóvenes extremistas estén cometiendo esperpénticos actos de vandalismo sin sentido -desde aquí aprovecho para mandar todo mi apoyo y agradecimiento a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado por su sacrificada labor en la defensa de nuestros derechos- sino que ni siquiera se dan cuenta de que, en su ignorancia, están siendo utilizados por un sector radical del gobierno para sus propios fines.

 

Ya lo dijo Maquiavelo, el fin justifica los medios, sin embargo, hay medios, y medios. Pero eso ya es harina de otro costal.